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Alquimia Poética
Fuego en retrogradación
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Fuego en retrogradación

Una carta bajo la influencia de Mercurio

Semanas atrás, a la luz de la luna llena,

decidí hacer una limpieza.

No una limpieza cualquiera.

Una de esas que duelen,

que sacuden la entraña entera,

agitan el alma, estremecen el cuerpo

y las memorias sangrantes en la sala de espera.


Mente impulsiva, encendí una fogata

que no era una simple fogata.

Era mi furia hecha brasa,

mi dolor retirando su coraza,

la traición vestida en oro y amenaza,

la podredumbre que aún recuerdo a la distancia.


Y aunque este fuego no era sagrado,

tampoco era del todo profano.

Era una contracción del nuevo arcano,

aún ensangrentado, aún lejano,

mientras la antigua identidad,

como metal líquido en mis manos,

se disolvía entre planos.


Desde entonces, el mundo ha cambiado.

Mi alma fluye más ligera,

mi paso se mueve más claro,

la confianza vuelve como veneno hecho remedio,

una medicina amarga

que solo el tiempo prepara con sus dedos.


Sin embargo,

en días recientes, ha retornado el asedio.


Anoche soñé con un cerdo asesino.

Sí, un cerdo asesino.

Envuelto en lodo,

con colmillos de espino.

Me perseguía en un edificio sin destino.

Tenía hambre de mi alma,

mas no cruzaba mi camino.

Hería a quienes me rodeaban,

pero a mí no me alcanzaba.


Corría entre sombras y ventanas

cuando ella apareció:

una mujer envuelta en luz,

con la mirada como cruz

y la presencia de una diosa sin capuz.

No era humana.

Era mi alma en forma temprana,

o tal vez una mujer real que aún no nombro en mi trama.


Súbitamente desperté.

Busqué el calendario y la fecha anoté,

para después comprender:

el dios del caos y del azar

había comenzado a retrogradar.


Mercurio es el alquimista del verbo.

Es el aire travieso

y la tierra que se escurre entre los dedos.

Colores: gris espejo

y naranja que grita consejo.

Ha de llamarse con lavanda, albahaca, perejil e hinojo viejo.

Embustero fiel.

Revelador sutil.

Ladrón de secretos.

Médico sin perfil.


El cerdo de mi sueño

no era solo un animal.

Era mi herida ancestral.

Una idea en el rezago,

un pacto mal cerrado,

un “te perdono” no firmado,

un “ya basta” que no he gritado.


Y esa mujer luminosa,

la que en el sueño me salvaba,

es mi luz que no se apaga.

Es la guía que brota del pecho

cuando dejo de cubrir la llaga.

Las emociones que despiertan

cuando permito fluir el agua.


Cuando Mercurio retrógrado llega,

la palabra se enreda,

la mente se disuelve en niebla

y las máquinas emiten sus quejas.

Es el retorno de lo no dicho,

es el eco del grito

o la auditoría del alma hecha mito.


En este ciclo de los astros

es tiempo de meditar,

de pensar antes de hablar,

pues hay palabras que aún no saben volar.

De contemplar los sueños como cartas selladas con sal,

de retomar lo que ha quedado a la mitad

y no decidir en medio del vendaval.

Reparar los cables de la casa y los del pecho,

pues ambos llevan mensajes que se cruzan en secreto.

Leer entre líneas. Escuchar tras la espiral:

hermosos malentendidos,

benditos puentes por cruzar.


Gracias por andar en este sendero conmigo. Suscríbete gratis para recibir mis escritos a tu email. Con gratitud, Fafnir Sowilo.


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